Por Paola Carrasco
Durante mi época escolar hacía y recibía ataques de bullying, para mis amigos y para mí era perfectamente natural reír unos de otros sin ofendernos, o al menos parecer ”cool” y reirnos de nosotros mismos. Eso nos hizo personas fuertes y buenhumoradas, supongo también que eran otros tiempos, que las bromas no eran tan crueles y sobre todo que no existía tantos medios para poder acosar a una persona.
Posteriormente, y con el desarrollo de las nuevas tecnologías de información el bullying tuvo desde definiciones académicas, causas, efectos, análisis familiares y árboles genialógicos, lectura de cartas astrales, padres con sentimiento de culpa y toda una industria que se ocupa de ello.
Si bien hay información abundante del tema, el bullying era para mí sólo teoría casi amarillista, hasta hace unas semanas atrás que al recoger a mi hijo del jardín de infantes, la profesora me llamó en privado y con tono entre confidencial, terrorífico y lastimero me comentó que mi hijo de dos años mordió en dos ocasiones a un compañerito. No considero que esto pueda llamarse bullying, pero la exageración y el drama es uno de los pocos lujos que puede darse sólo una mamá.
Como buena discípula del conocimiento ciéntifico leí mucho y nada de lo teóricamente expuesto, principalmente de las citadas causas del acoso escolar como; situaciones de violencia familiar, mal ejemplo, falta de límites, exposición a contenido violento, malas amistades, falta de habilidades sociales coincidía. La única posibilidad eran las celos que estaba sintiendo con su hermanito acabado de nacer, nunca mostró ningún tipo de celos antes el pequeñito.
Reconocer las causas era sólo el primer paso de lo más importante a seguir, que es la acción que se debe tomar para corregir a la brevedad la situación. En el jardín tiene como política no dar nombres, para que los niños solucione dentro de la escuela. Mi hijo ya habla bastante bien y le pregunté a quién y porqué molestaba en el cole. Me confesó que era Melvin el niño con el que siempre peleaba por las mismas cosas, Melvin era más pequeño que él y nuestro vecino, probablemente lo relacionó con su hermano bebé, era más pequeño y había cierta familiaridad con él.
Tuve que empezar a desarrollar una estrategia para que mi pequeño pueda superar la agresividad. Hablarle bien de Melvin sólo empeoraba las cosas, yo decía: ”Melvin es muy lindo y bueno” a lo que él respondía: ”es muy feo y malísimo”. Es así que es estrategia de reforzamiento positivo sólo me sirvió como ejercicio de antónimos.
El otro día ordenando juguetes, encontré un muñeco, un bebé con trajecito amarillo muy lindo, y yo sin dar juicio de valor le dije: ”mira se parece a Melvin! Qué te parece si jugamos que es Melvin, puede ser tu hijo”. Yo vi que los ojitos se le abrieron más y me dijo: ”tú tienes tu bebé y yo el mío”, hicimos rondas, cambiamos pañal, le dimos de comer, dormimos con él y fue durante días su juguete favorito. Yo lo tomaba en cuenta cuando estabamos sentados a la mesa, para salir y llevarlo, al ir a dormir, sólo dejarlo cuando ibamos al jardín de niños.
Hace tres días llegué al jardín y mi hijo estaba abrazando a Melvin, -sí, al real, no al muñeco- me quedé un rato mirando si sólo era para quedar bien conmigo -las madres no podemos evitar siempre si no mal pensar, al menos sospechar- pero ni siquiera me había visto, estaban encantados riendo y jugando con un caracol de madera.